Vivo hace ocho meses en Nueva York y fue la primera vez que visité el Prospect Park, o el primo hippie del Central Park que vive en los suburbios. Me enloqueció su inmensidad (237 hectáreas), su cualidad semi salvaje y los colores de otoño que se le adelantaron a Manhattan. Es un parque más familiar, lleno de niños, cochecitos y bebés por nacer, quizá por una cuestión lógica de que los barrios aledaños son más amigables en términos de renta que su vecina la isla. De todos modos me voló la cabeza: no estaba preparada para que me dejara boquiabierta y repitiera «no puede ser más lindo», «es increíble», «¡qué locura!». Llanuras de pasto, árboles altísimos, colinas, senderos llenos de vegetación, puentes y un lago enorme donde se refleja el sol.
Queda un poco lejos, pero vale la pena. Son 50 minutos de subte desde el Upper East Side, o un poco menos con el combo subte + bici desde el puente de Brooklyn. Yo hice el segundo, y lo recomiendo. También aconsejo ir un sábado para ver el mercado en la Grand Army Plaza, donde la gente va a comprar las verduras, frutas y otros productos frescos. Dentro del parque hay muchísimas actividades: se puede hacer todo tipo de deportes con pelotas, remar, practicar yoga, andar en bici, avistar pájaros, pescar y recorrer Smorgasburg, el popular food market que abre durante el verano y hasta fines de octubre y que ofrece decenas de stands gastronómicos para degustar al aire libre.
Dejo la galería de fotos, que fue la principal razón por la que quise hacer este post (para compartir su lindura).














